Crónicas de una vida promiscua
Con la mirada en alto, pero vacía,
con los ojos manchados y llenos de ojeras dijo que no le había importado con cuántos
hombres se había acostado en los últimos dos años.
La señorita Yatna, nombre que se puso
ella misma por no aceptar que la inocente niña que era antes y lo que es ahora
eran las mismas personas, tiene 18 años de edad y vive donde le caiga la noche.
Es rubia, de pelo largo, delgada, con las curvas definidas, cara de ángel pero
mirada de pocos amigos.
No sé mucho de ella desde hace unos
dos o tres años- dijo Félix, quien fue durante la secundaria su compañero de
clases, un joven delgado, de pelo largo y rizado, piel morena, de vestir
informal lenguaje coloquial- terminamos juntos el bachiller y luego entro a la
universidad, era una tipa tranquila, no hablaba con nadie y era muy
inteligente, se sentaba frente al escritorio de los profesores y siempre
participaba. Nunca se lo conoció un novio aunque habían varios tipos que le tiraban
los perros pero ella no era de na.
Antes era una niña buena e
intelectual- dice Yatna mientras se toma conmigo un café en una pequeña
cafetería de una plaza por la Republica de Colombia, en un lugar acogedor con
frases de motivación en las paredes, estábamos sentadas en el mueble negro que
estaba próximo a la salida, mientras daba vueltas con un sorbete al café que
tenía en las manos me narraba su historia, -me decían ser inteligente aunque
luego me di cuenta que memorizarse los libros de la escuela no define tu
inteligencia, la educación que enseñan a los niños actualmente no les enseña a
vivir, solo un montón de cosas que no sirven de nada.
Cuando me convertí en perra fue a los
16 años de edad cuando ingrese a la universidad. Era muy tímida y no tenía
amigos, pero conocí a un chico que tenía muchos de mis gustos, era moreno,
alto, pelo lacio, ojos marrones y cuerpo de gimnasio, a pesar de su buen
aspecto no me llamaba mucho la atención pues es muy difícil para mí sentir
atracción por algún hombre.
Si hubiese imaginado que por culpa de
él me convertí en perra lo hubiese matado el primer día que lo vi. Me invito a
su casa a comer, y yo como niña ingenua al fin acepte, eran las 6 de la tarde y
llevaba puesto un vestido rojo de flores que daba por la rodilla, el pelo
suelto y unas zapatillas bajitas.
Su casa era típica de un hombre joven
que vive solo pagando alquiler, muy pequeña y con ropa por donde quiera, solo
sala, una habitación, una cocina y un baño, un pequeño comedor de 4 sillas casi
pegado a la mesita que sostenía un televisor de los antiguos.
Al entrar a la pequeña casa de
madera, Michael cerró la puerta con el único sistema de seguridad de un pequeño
alambre de cobre sujetado a un clavo en la pared.
Esa noche fue cuando me convertí en
perra, solo pude escapar de ese lugar cuando a las fuerzas me quito la
virginidad y el dolor que sentí era tan grande que no me dejo pensar en que iba
corriendo sin pantis por la calle, pero no importaba porque el vestido no
dejaba notarlo, solo quizás las gotas de sangre que me bajaban por las piernas.
Una semana de dolor vaginal y llantos
sobre la almohada, para que meses después, sintiéndome sin nada de valor, me
dejara inducir a los vicios del alcohol y el cigarrillo, a las malas compañías
que entendían mi dolor y esas influencias que me llevaron a dejar mi familia
atrás para vivir en todas partes y en ningún lado a la vez.
Ya no me importaba con cuántos
hombres me acostaba, para mí la virginidad lo era todo y cuando me la
arrebataron ya no tenía nada que perder. Ocho intentos de suicidio de los
cuales dos me dejaron en el hospital, cuando me convertí en una perra no sabía
lo lejos que llegaría con esto, lo despreciable que sería mi vida, solo sabía
que ya nada me importaba.
Han pasado dos años desde entonces y
no es raro para ella acostarse con dos hombres el mismo día a cambio de un poco
de cariño, tiene dos novios y como seis amigos con derecho, hace sus cosas en
secreto por lo que nadie nunca supo cuando se convirtió en una perra.
Que triste! :(
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